5. EL HERRERO - EL HERRADOR
5.
EL HERRERO - EL
HERRADOR
Un herrero es
una persona que mediante su forja, yunque y martillos tiene por oficio trabajar
el hierro o acero para elaborar objetos de metal., entre los que podríamos
citar rejas y otros útiles de labranza, muebles, esculturas, herramientas,
artículos decorativos y religiosos, campanas, utensilios de cocina y armas.
Hay quienes definen a los herreros como “los primeros técnicos de la raza humana”. El oficio existe hace casi 5 mil años, pero la Revolución Industrial determinó que la demanda de su trabajo fuera disminuyendo hasta llegar a un presente en que se los considera una “raza en extinción”.
Las herramientas básicas de
este oficio artesanal la fragua, el yunque, una tenaza y un martillo. Además,
el propio herrero tiene la ventaja de poderse confeccionar sus herramientas.
La fragua es el fogón que se usa principalmente para forjar metales. Generalmente es una estructura de ladrillo o piedra, cubierta de rejillas, en la cual se aviva el fuego pasando una corriente de aire horizontal por medio de un fuelle manual o mecánico. También se llama fragua al taller del herrero.
La temperatura de la forja
es controlada por el fuelle, que sopla aire sobre las brasas de la
fragua, haciendo que la temperatura dentro de la fragua aumente. Un herrero
podía controlar el fuelle, elevar y bajar la temperatura de la forja según
necesitase. Antes de la invención del fuelle, la fragua de un herrero requería
a un aprendiz para soplar en un tubo conectado al interior de la fragua y así
avivar las brasas.
Cuando la fragua está calentada correctamente, el trozo de hierro colocado dentro del fuego se enrojece y se hace maleable y dúctil, siendo sencillo darle casi cualquier forma. Esto se consigue golpeando el hierro candente con un martillo sobre el yunque. Así se consigue el temple, que es un proceso que consiste en darle forma a un trozo de metal caliente usando el martillo y el yunque. Una vez que se haya adquirido la forma que se pretenda dar al metal (por ejemplo, una herradura), se enfriaba rápidamente el metal sumergiéndolo en agua para se endurezca.
Para calentar el metal hasta
que se vuelve incandescente, al «rojo vivo», y posteriormente someterlo al proceso
de forjado, los herreros lo realizaban
en una fragua que podía ser de leña, carbón, coque, propano o gas natural. La fragua a gas tiene que estar todo el tiempo encendida
y hay que ir al ritmo de ella. También llegaron
a utilizar oxiacetileno o una llama similar para trabajar localizando el
calor. El color era muy importante para determinar la temperatura y
maleabilidad del metal: cuando el hierro es calentado para incrementar su
temperatura, primero se vuelve rojo, luego anaranjado, y finalmente amarillo.
El color ideal para el forjado es un blanco-anaranjado. Para ser capaces de ver
el color del metal para moldearlo, muchos herreros tenían que trabajar en
lugares de baja iluminación.
Los herreros eran
indispensables en cualquier ciudad, aldea o castillo. Un herrero creaba
herraduras, clavos, azadas y otras herramientas usadas en la vida diaria, sobre
todo de las aldeas agrícolas, pero lo que hacía a un herrero verdaderamente
valioso era su habilidad para forjar armaduras y armas. Un caballero montando a
caballo, era el equivalente de un tanque moderno. A menudo las batallas se
decidían por el número de caballeros, lacayos y arqueros. El herrero del rey
era tan importante que su casa estaba al lado del castillo para evitar que
cayera en manos enemigas.
A diferencia de los
agricultores que generalmente llevaban una vida de subsistencia, los herreros
solían tener una vida más acomodada. Y sin embargo, la práctica de este oficio
no necesitaba en principio realizar una fuerte inversión: “es muy poco lo que
se necesita: la fragua, algún martillo, alguna tenaza y un yunque que puede ser
un pedazo de viga de tren, de riel que se puede conseguir en cualquier
chatarrería, es lo imprescindible para poder empezar a trabajar”. Los pueblos
pequeños generalmente sólo tenían un herrero. Los herreros que vivían en
ciudades más grandes se hacían miembros del gremio local, para fijar precios y
organizar el trabajo. Los herreros tenían uno o varios aprendices que le
ayudaban a cambio de ir aprendiendo el oficio, hasta que estaban listos para
abrir sus propias fraguas, o quedarse con la de un maestro saliente.
Durante la Edad Media, los herreros comenzaron a especializarse en las artes específicas. El herrero que solo hacía armaduras se convirtió en “armero”, el experto en la fabricación de espadas y cuchillos se convirtió en “espadero”. Otros en “cerrajeros”, “herradores….”. Este tipo de especialización se empezó a generalizar en las ciudades, mientras que en los pueblos pequeños siguieron con el herrero generalista, que daba servicio a toda la zona desde herraduras, hasta herramientas.
Una de las especialidades del
herrero era la mencionada de “herrador”, que consistía en colocar
herraduras metálicas en los pies de las caballerías, mientras un ayudante les
sujetaba la pata del animal, o en los pies del ganado vacuno dedicado a los
trabajos del campo. Para estos animales se necesitaba disponer de un “potro”,
donde se inmovilizaba al animal mientras duraba el trabajo. Las herraduras,
elaboradas previamente al fuego, las iba moldeando el herrero a golpe de
martillo en frío, sobre el yunque, hasta que les daba la forma apropiada al
tamaño de la “pezuña”.
En los tiempos en que los animales hacían tareas de tiro, era un gran problema el desgaste de sus pezuñas, por lo que resulta indispensable herrar los animales, siendo los encargados los herradores.
Para los caballos la herradura es
una pieza en forma de U, fijada al casco por clavos de hierro. Para las
vacas y bueyes la herradura, denominada “callo”, tiene su forma peculiar para
adaptarse a la pezuña “partida en dos” de los animales.
Así como los burros, machos o caballos, son unos animales dóciles que doblan mansamente sus patas para dejarse herrar, para trabajar con vacas o bueyes es necesario disponer de lo que se denomina “potro de herrar”. Éste estaba formado por cuatro pilares de piedra o troncos de madera (según los lugares) clavados en el suelo, formando un rectángulo, de tal manera que dentro de él cupiera el animal que habría de herrarse. A su vez, los pilares de los lados más largos estaban unidos con dos vigas horizontales, de las que colgaban unas cinchas de cuero con las que se inmovilizaba al animal mediante elevación. En el frente, se colocaba un yugo (xugo) de madera, donde se sujetaba la cabeza de la res. En algunos lugares aún se conservan potros de herrar, que han sido restaurados y constituyen interesantes monumentos históricos.


Las
herramientas utilizadas por el herrador eran:
-Tenazas, para
sacar los clavos y recortar el casco o pezuña.
-Pujavante, para
rebajar y alisar el casco.
-Cuchilla, para
recortar los salientes alrededor de la herradura.
-Martillo, para
clavar los clavos.
-Yunque, para
amoldar las herraduras al casco del animal.
-Pila de agua, para
enfriar las piezas que se están trabajando.
-Fragua, para remodelar las
herraduras por medio del fuego.
-Potro, para sujetar el ganado vacuno.
Los herreros han realizado también algunos
trabajos que requieren de una cierta maestría, creatividad y gusto artístico,
para complacer las peticiones de los clientes, como son herrajes para las
puertas, llamadores, bisagras o mirillas. También elementos decorativos,
apliques de luces o arañas, candelabros,
instrumentos para el fogón, como tenazas o atizadores, para lo cual tenían que
crear algo que se saliera un poco de lo convencional.
Aunque el oficio de herrero ha ido
evolucionando y perfeccionándose con el tiempo, en la época Medieval ya había
herreros que trabajaban y moldeaban hábilmente ciertos tipos de metal. Así,
algunos orfebres y plateros trabajaban con oro y plata, mientras que los
herreros lo hacían con el metal, el hierro. Los orígenes de herrería remontan a
la edad de hierro, que comenzó alrededor del octavo siglo A.C. en Europa.
Durante miles de años, herreros trabajaron para perfeccionar su técnica y en la
edad media, se habían convertido en una parte indispensable de la Sociedad
Medieval.
Son de
sobra conocidas algunas frases, dichos o refranes dedicados a los herreros.
Quizás una de las más conocidas sea aquella de “En casa del herrero, cuchara
(o cuchillo) de palo”. O esta otra: “Te va a pasar como al herrero, que
de tanto martillar se le olvidó el oficio”. Pero hay muchas más, como las
que recogemos a continuación:
- “Manos de herrero, y
espalda de molinero.”
- “Ni sin yunque el herrero, ni sin
banco el carpintero.”
- “Herrero que trabaja en hierro frío,
tiempo perdido.”
- “El hierro caliente, se dobla fácilmente.”
- “El oficio de herrar, el diablo lo
debió de inventar.”
- “Ni herrería sin fragua, ni viento sin agua.”
- “Es mejor ser martillo que yunque.”
- “¡Cuando seas yunque, sufre! ¡Cuando seas mazo,
porrazo!”
- “Al hierro caliente, batir de repente.”
- “Más caliente que un brasero, la bragueta del
herrero.”
- “El herrero que no ve, de una aguja saca tres.”
- “Como el herrero de Mazariegos, que martillando
se le olvidó el oficio.”
“Un
herrero tenía un pequeño perro, que era un gran favorito para su amo, y su
compañero constante. Mientras él martilleaba sus
metales el perro permanecía dormido; pero cuando, por otra parte, el herrero
iba a la comida y comenzaba a comer, el perro se
despertaba y meneaba su cola, como pidiendo una parte de su comida.
Su
amo un día, fingiendo estar enojado y golpeándolo suavemente con su palo, le
dijo:
-¡Mientras
martilleo en el yunque, usted duerme en la estera; y cuando comienzo a comer
después de mi trabajo duro, usted se despierta y menea su cola pidiendo el
alimento. ¿No sabe usted que el trabajo es la fuente de cada bendición, y que
sólo aquellos que trabajan tienen derecho a comer?
La moraleja está bien clara: Quien no trabaja, no come.”
Tampoco tiene desperdicio esta leyenda infantil titulada "EL POETA Y EL HERRERO":
“Cuenta
la leyenda que un buen día circulaba por las calles de Florencia, Italia, el
famoso poeta Dante Alighieri. De pronto, escuchó una canción que llamó
poderosamente su atención. Al
detenerse y observar de dónde provenía aquel canto, se percató que dicho cantar
venía del taller de un herrero, cruzando la calle.
Curioso
por escuchar la letra de aquella conocida música, cruzó la calle y escuchó que mientras
el herrero trabajaba golpeando unas piezas de hierro, cantaba una
canción: La
divina comedia, escrita por el mismísimo Dante.
Dante
sonrió pero enseguida escuchó que la letra era modificada según el antojo del
herrero, cambiando verso a verso cada palabra de aquella magnífica obra
literaria. Dante, enojado con la actitud del
herrero, entró al taller, tomó una herramienta del herrero y la arrojó con
fuerza a la calle. Luego tomó otra herramienta y repitió la misma escena.
El
herrero, al ver aquella actitud, detuvo su trabajo y le dijo:
-¡Señor!
¿Acaso está usted loco? ¿Acaso no sabe que esas son mis herramientas y que las
necesito para trabajar?
-¡El
loco es usted un loco!- responde Dante. Usted
ha hecho lo mismo con mi trabajo. Lo ha arrojado a la calle.
-Disculpe
señor- le dijo el herrero-. Desconozco por qué dice que yo estoy loco cuando es usted quien ha usurpado en mi
taller y ha lanzado enérgicamente mis herramientas sobre la calle.
–
Usted, -contestó Dante- ha tomado cada
una de mis palabras y ha hecho cuanto quiso con ellas. Ha modificado mi
trabajo, ha profanado mi obra: La divina comedia.
El
herrero, sin comprender demasiado, se detuvo a pensar unos minutos. Luego
agachó su cabeza y pidió disculpas puesto que comenzaba a ser consciente de lo
que había hecho hasta ese momento con el trabajo de un gran poeta al modificar
una obra como esa. A partir de ese
momento, y valorando el trabajo de Dante, el herrero prometió jamás volver a
modificar ninguna obra literaria.”
También, dentro de la literatura costumbrista
aragonesa, encontramos algunos herreros originales, como el Herrero de San
Felices, pueblo de Huesca, el cual fue condenado a muerte por el diablo por
no haber cumplido el pacto que habían hecho. Entonces el herrero le pidió que,
al menos, le dejara elegir la forma de morir. El diablo accedió, y el herrero
le pidió “morir de sobreparto”. El
Herrero de Calcena, pueblo de Zaragoza de la zona del Moncayo, se ve involucrado en una “historia” en la que la
Sagrada Familia en su viaje a Egipto, perseguida de cerca por los sicarios de
Herodes, acaba llegando a Calcena para pedir al herrero que
cambie las herraduras de la borrica, poniéndoselas al revés para engañar a sus
perseguidores.
Algunos importantes artistas nos dejaron obras
pictóricas de gran valor relacionadas con esta profesión, como nuestro famoso
pintor sevillano del Siglo de Oro, Diego Velázquez, con su cuadro La
fragua de Vulcano, pintado en Roma en 1630, e integrado en la colección de
Felipe IV, pasando al Museo del Prado en 1819. Este cuadro constituyó la
primera incursión del pintor en la mitología antigua. Representa la fábula de
la visita de Apolo al taller del herrero Vulcano y los cíclopes, para darle
cuenta de que su esposa Venus le ha engañado con Marte, tomada de las Metamorfosis de Ovidio.

La fragua de Vulcano - Velázquez
Ambas obras romanas significaban la plena asimilación
de Velázquez de las tradiciones pictóricas italianas, tanto la veneciana,
especialmente el legado de Tintoretto, como la clasicista, compuesta por las
enseñanzas de la pintura de Miguel Ángel, y de la escultura antigua. Además,
demuestra su control de la composición con múltiples figuras de cuerpo entero y
de tamaño natural, de cuidada anatomía en los desnudos, junto a otras
secundarias solo mostradas como abocetadas manchas de color.
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