4. EL LECHERO
4. EL LECHERO
El 'lechero', ha sido un oficio
tradicional que estuvo en apogeo en 1970 y que durante todo el siglo XX
recogía y repartía leche y pan por las casas. Aunque el término se ha aplicado indistintamente al trabajador que ordeña, al
que reparte
la leche por los domicilios particulares y
al que la vende en un establecimiento específico del ramo. Hoy en día es un
oficio prácticamente extinguido.
A lo largo de la historia europea, los trabajos relacionados con el ordeño, distribución y venta de la leche –no solo de vaca, aunque sí de forma preferente– formaron parte de la vida rural y de forma más activa en la explotación del ganado en granjas de productos lácteos, al principio con pocos animales.
En las localidades agrícolas
pequeñas no solía existir la figura del “lechero”, ya que el vecino o vecina
que necesitaba abastecerse de leche acudía él mismo con su “lechera”
diariamente a la casa del vecino que la vendía. En cambio en las localidades
mayores o ciudades, era el lechero el que iba repartiendo la leche a domicilio,
bien la que producía en su propia explotación, bien la que repartía por encargo
de otro vecino. En este caso el lechero se acercaba hasta la vaquería para recoger unos cuantos
litros y entregarlos a sus clientes, amigos o vecinos, con los que muchas veces
establecía una "amistosa relación". Tengamos en cuenta que al
menos hasta los años setenta del siglo pasado había explotaciones ganaderas
para la producción de leche hasta en muchos barrios de las grandes ciudades. En
Zaragoza, por ejemplo, en el barrio del Arrabal, la calle que hoy se denomina
“Valle de Zuriza”, era conocida popularmente como el “callejón de la leche
barata”. Por supuesto que no existía prácticamente ningún tipo de control
sanitario sobre la leche que se repartía, generalmente “a granel”.
Cuando el conjunto del proceso
laboral evolucionó con los avances industriales, se crearon grandes
explotaciones mecanizadas para aumentar su eficiencia. No obstante todavía
subsisten medianos y pequeños productores de leche que combinan maneras
tradicionales con otras modernas en especial en el proceso de higienización,
reparto y envase.
Para el transporte y reparto de la
leche se utilizó el típico recipiente denominado “lechera”, de muy diversa morfología y tamaño, aunque por lo
general era de forma cónica o cilíndrica. También se llamó así a las cántaras de leche. Tradicionalmente, la leche se recogía y distribuía
en baldes con o sin tapa y un asa u otros tipos de recipientes abiertos,
como los cántaros que transportaban las mujeres sobre la cabeza o los animales
de carga en sus acémilas.
Nos resultará fácil comprender que, tanto las tareas de producción, como
de reparto de la leche, no sabían lo que eran días "festivos ni
puentes" y, es que, hablamos de un alimento "imprescindible en el día
a día". Este oficio requería de un espacio vital como era la propia
vaquería, donde se cuidaba y ordeñaba el ganado, en sus primeros años a mano y,
después, con máquinas especializadas que permitían trabajar con dos animales a
la vez. Luego, el lechero, muy temprano, sobre las cinco y media de la mañana,
cargaba los recipientes en su carro o coche para comenzar el reparto, bien por
la propia localidad, bien por los pueblos vecinos.
El oficio de lechero, al menos en el mundo rural, perduró durante algún
tiempo, mientras que ya resultaba habitual en las ciudades poder adquirir la
leche embotellada y perfectamente elaborada, higienizada, pasteurizada, entera,
desnatada, semidesnatada…, la cual adquiría un sabor diferente a la que se
consumía directamente de “la ubre de la vaca”. Por eso, los niños o niñas de
capital que acudían en periodos de vacaciones al pueblo oriundo de sus
progenitores, donde todavía se consumía la leche “en su estado puro”, la
encontraban tan extraña que no se la querían tomar.
Como hemos señalado
anteriormente, con los avances industriales originados en la sociedad, el
oficio de lechero tradicional fue cayendo completamente en desuso, como otras
muchas profesiones, más que nada, porque con los nuevos medios de producción,
de reparto y de venta, ya se hizo anticuada su aportación. Así se
llegó prácticamente a la extinción a la figura del tradicional lechero.
Pero no debemos olvidar que, durante la época en que su colaboración estuvo activa contribuyeron enormemente a que la humanidad tuviera una alimentación sana, ya que la leche es un alimento indispensable de la dieta equilibrada ya que contiene las vitaminas, proteínas y minerales necesarios para el desarrollo de los seres humanos. Aporta además energía por su alto contenido en lactosa y grasa y es la fuente alimentaria más importante de calcio. Por otra parte, la diferencia entre la leche entera, semidesnatada o desnatada se encuentra en la cantidad de grasa por unidad de peso, pero no en la mayoría de los nutrientes que contiene.
Sin embargo, a pesar de lo humilde que nos pueda parecer
este oficio, no nos tiene que extrañar que, han existido algunas personas que llegarían
a ser famosas por otras ocupaciones o situaciones, pero que durante un periodo
de su vida ejercieron la profesión del reparto de leche. Citemos solamente
algunos ejemplos de los más conocidos:
·
Louis Armstrong, el mítico trompetista de
jazz, (4 de agosto de 1901 - 6 de julio de 1971),
apodado " Satchmo ", " Satch " y
" Pops ", fue un trompetista ,
compositor, vocalista y actor estadounidense que se encontraba entre las
figuras más influyentes del jazz . Su
carrera abarcó cinco décadas y diferentes épocas de la historia de esta
modalidad de música.
·
Sean Connery, actor escocés y productor de cine británico, que ganó, entre otros premios, un premio
Óscar, dos premios BAFTA y tres premios Globo de Oro. Sus películas, como James
Bond, ocuparon sus años sesenta, aunque tuvo tiempo para ponerse a las órdenes
de Alfred Hitchcock[RA1] , en películas como “Marnie, la
ladrona”, junto a la actriz Tippi Hedren.
·
Elisa Medina, activista
argentina defensora de los derechos
humanos. Conocida por,
madre de la Plaza 25 de Mayo.
·
Antonio Muñoz Zamora, superviviente
del campo de exterminio nazi de
Mauthausen (Austria). Dedicó toda su vida a la defensa de los derechos humanos
y la lucha por la libertad. Luchó durante toda la guerra civil como voluntario
en la defensa de la República hasta que, en febrero de 1939, huye a Francia. Detenido
por la Gestapo y deportado al campo de concentración nazi de Dachau (Alemania)
en 1944 y luego a Mauthausen, conocido como el campo de los españoles por
la gran cantidad de republicanos que estuvieron allí recluidos. Consiguió
sobrevivir a las extremas condiciones de vida de los nazis hasta que los
norteamericanos liberaron el campo el 5 de mayo de 1945. Tras la liberación
vivió en Francia, donde se casó y formó una familia y falleció en 2003.
·
Edgar Wallace, escritor
británico, nacido en
Greenwich en 1875 y fallecido en Beverly Hills en 1932, fue un novelista,
dramaturgo y periodista, al que se conoce como padre del thriller.
Tampoco quedó
esta actividad ausente de la atención de algunos famosos artistas, como el
pintor aragonés Francisco de Goya que nos dejó el cuadro de La lechera
de Burdeos, que fue una de sus obras más aclamadas.
La lechera de
Burdeos – F. de Goya
Realizada ya en los últimos años de
su vida, en su voluntario exilio de Burdeos, en
fecha imprecisa, entre 1825 y 1827. Llama la atención por su colorido
alegre y su brillante iluminación que contrastan con el resto de las obras que
hacía en esos años. Este singular cuadro fue heredado
de Goya por Leocadia Zorrilla, la última mujer en la vida del autor, quien lo
vendió a Juan Bautista Muguiro, amigo del artista en Burdeos. Fue legado al Museo
del Prado por el sobrino nieto de Muguiro, Fermín de Muguiro y Beruete, III
conde de Muguiro, recibiéndose en la pinacoteca en 1945.
También algunos escritores tomaron
en consideración este oficio, como el fabulista español Félix de Samaniego,
que nos dejó la bonita fábula de La lechera, con la sana intención
enseñar a la infancia la decepción y frustración a que nos puede conducir una
ambición exagerada, y además, al ser un relato divertido, conseguir así aumentar el interés
del niño por la lectura.
¿Os acordáis del cuento de
la lechera? Por si acaso lo vamos a resumir:
“Había
una vez una niña, hija de un granjero, que ayudaba a sus padres en las tareas de casa y en el
cuidado de los animales de la granja.
Una
mañana, tras recoger la leche de las vacas, la madre de la niña se sintió mal,
y pidió a su hija que llevara la leche al mercado para venderla. La niña, muy responsable, le contestó muy
contenta que sí. Su madre le prometió que todo el dinero que
ella ganase con la venta de la leche, sería para ella.
Por
el camino, ella empezó a hacer planes futuros con lo que
ganaría:
-
Cuando yo venda esta leche, compraré trescientos huevos. Los huevos me darán al
menos doscientos pollos. Los pollos estarán listos para
venderlos para fin de año, y ganaré suficiente
dinero para comprarme el mejor vestido para asistir a las fiestas. Cuando
esté en el baile todos los muchachos me pretenderán, y yo los valoraré uno a
uno.
Pero en ese momento la niña se
despistó y tropezó con una piedra que había en el medio del camino cayendo en
el suelo. El cántaro voló por el aire y se rompió derramando
toda la leche al suelo.
La
niña, decepcionada y herida, se
levantó y lamentó:
-
¡Qué desgracia! Ya no tengo nada que vender, no tendré
huevos, ni pollitos, ni vestido... eso me pasa por querer demasiado. Y fue
así como la niña, frustrada, se
levantó, volvió a la granja y reflexionó sobre la oportunidad que tuvo y que la
derramó por el suelo.
La moraleja que tenemos que sacar es la siguiente: No seas ambiciosa de mejor y más próspera fortuna, que vivirás ansiosa sin que pueda saciarte cosa alguna.”
Del mismo estilo es el cuento que había escrito con
anterioridad Don Juan Manuel, “De lo
que aconteció a una mujer que le decían doña Truhana”. Así se lo contaba Patronio al conde Lucanor, para enseñarle que hay
que atenerse a las cosas ciertas y no a las vanas
esperanzas.
-“Señor
conde -dijo Patronio-, hubo una mujer que tenía nombre doña Truhana y era
bastante más pobre que rica; y un día iba al mercado y llevaba una olla de miel
en la cabeza. Y yendo por el camino, comenzó a pensar que vendería aquella olla
de miel y que compraría una partida de huevos y de aquellos huevos nacerían
gallinas y después, de aquellos dineros que valdrían, compraría ovejas, y así
fue comprando de las ganancias que haría, que hallose por más rica que ninguna
de sus vecinas.
Y con
aquella riqueza que ella pensaba que tenía, estimó cómo casaría sus hijos y sus
hijas, y cómo iría acompañada por la calle con yernos y nueras y cómo decían
por ella cómo fuera de buena ventura en llegar a tan gran riqueza siendo tan
pobre como solía ser.
Y
pensando esto comenzó a reír con gran placer que tenía de su buena fortuna, y
riendo dio con la mano en su frente, y entonces cayole la olla de miel en
tierra y quebrose. Cuando vio la olla quebrada, comenzó a hacer muy gran duelo,
temiendo que había perdido todo lo que cuidaba que tendría si la olla no se le
quebrara.
Y
porque puso todo su pensamiento por vana esperanza, no se le hizo al cabo nada
de lo que ella esperaba”.
El
hecho de imaginar cosas maravillosas sin tener en cuenta la ardua realidad,
como les ocurrió a nuestra lechera y a doña Truhana, queda también reflejado en
el popular dicho español de “hacer castillos en el aire”, que los
franceses, haciendo gala de su prepotencia lo traducen diciendo “faire des
chateaux en Espagne” (hacer castillos en España), o sea, “puras
entelequias”. ¿Se les podrá aguantar? Bueno, bien mirado, entre nosotros
también existe el siguiente dicho, quizás ideado para venganza, con el que se
quiere indicar que hay gran abundancia de algo: “aquí hay más… (citar
tipo de cosa) que mierda en Francia”. Lo uno por lo otro.
Comentarios
Publicar un comentario