2. EL AFILADOR

2. EL AFILADOR

El afilador, también llamado amolador, era un comerciante ambulante como el capador, que ofrecía sus servicios de afilar cuchillos, tijeras y otros instrumentos de corte. Antiguamente, incluso eran reparadores de paraguas.

Ya es historia la imagen del artesano recorriendo las calles de nuestros pueblos o ciudades anunciando su llegada con el sonido del "chiflo del afilador", una pequeña flauta hecha de cañas y luego de plástico, con la que hacía sonar las notas de su escala tonal, de graves a agudas y viceversa, como una escalerilla musical, aunque cada afilador solía adoptar una melodía propia con la que anunciaba su presencia para distinguirse de los demás y atraer a sus propios clientes. Fue ésta una peculiaridad que hizo del afilador una figura carismática, y es el característico uso del chiflo o silbato, que era seguido, por supuesto, del clásico grito de: “¡Afiladooooor!”.

Pero, si cuando muchos de nosotros éramos niños escuchamos muy a menudo el "pito del afilador" o "chiflo", por las calles de nuestra ciudad o de nuestro pueblo, a comienzos del siglo XXI es ya poco frecuente la imagen del "afilador o amolador" por las calles, salvo quizá en países en vía de desarrollo, donde la población no posee recursos suficientes como para sustituir sus herramientas de corte. Los afiladores, en épocas de miseria eran figuras imprescindibles e insustituibles. Eran tiempos en los que todo se guardaba y nada se tiraba, todo se arreglaba, se remendaba o se remachaba.  Eso sucedía con los pucheros, tarteras y sartenes, que cuando se agujereaban por el exceso de uso, allí estaba el afilador que, con su maña, tapaba el agujero y dejaba el utensilio como nuevo, aunque esta tarea era realizada también por el “estañador”.


Las nuevas tendencias económicas que implantaron la cultura de «usar y tirar» entre nuestras gentes, supusieron un duro golpe para este oficio soberano.

En su origen, el medio del trabajo del afilador era la “rueda de afilar”, rueda de piedra o “tarazana”, primero acarreada a espaldas del propio afilador, y más tarde rodando. A lo largo del siglo XX la vieja “tarazana” fue sustituida por equipo más moderno, transportado primero en bicicleta y luego en motocicleta, y más tarde en furgoneta. Así, a alguien le oímos contar en cierta ocasión que acababa de ver un afilador, muy modernizado, ya que se desplazaba en un Citroen Berlingo, y el sonido de la flauta era grabado, y puesto en un altavoz.

  

La bicicleta o motocicleta llevando montada en su parte trasera el esmeril mecánico con una piedra de afilar ha ido evolucionando y perfeccionándose con el paso del tiempo. Afilar un cuchillo, correctamente, por ejemplo, es un proceso que puede tardar varios minutos e incluso horas. Si bien un cuchillo mal afilado puede cortar, pero su vida útil se ve disminuida y la calidad del corte se empobrece. Este procedimiento debe realizarse siempre usando abundante agua.

La mayoría de los afiladores ambulantes, para hacer más rápido el servicio de afilado, solían emplear una piedra esmeril de grano muy grueso que destruye el filo gradualmente, haciendo difícil que el filo alcanzado tenga el ángulo adecuado de acuerdo a la herramienta. Por eso, las herramientas de uso profesional, como los cuchillos de restaurantes o de grandes cocinas, necesitan un afilador que posea piedras de asentar o piedras esmeriles planas de grano fino, que permiten controlar el correcto ángulo de afilado.

En líneas generales, un afilador era un comerciante ambulante que para llevar a cabo el servicio de afilar diversas herramientas de corte, contaba con una piedra de afilar que hacía girar gracias a tres sistemas. El tradicional era el pedaleo de la bicicleta, cuya correa iba conectada a la piedra y así la hacía girar a la velocidad que deseaba. Un segundo sistema era como el anterior pero la piedra iba conectada a la rueda de la motocicleta, ahorrándose así el afilador el esfuerzo del pedaleo. Y como tercer sistema estaba el de la piedra con motor propio, no teniendo así que necesitar ni bicicleta ni motocicleta para realizar su trabajo.

Al desaparecer estos artesanos ambulantes, al menos en las poblaciones de bastantes habitantes, se han instalado algunos talleres mecánicos que realizan esta función, bastantes de los cuales que hoy existen por nuestra “piel de toro” denominada España, están regentados por inmigrantes, llegados generalmente del Este de Europa.

Además, en realidad, trabajar de afilador no se restringe sola y únicamente al mantenimiento de los utensilios domésticos, sino que hay fábricas que necesitan personal especializado en el afilado de diversas herramientas, y, aunque te pueda parecer extraño, un afilador actual deberá tener conocimientos de temas como las tolerancias geométricas, el mecanizado por abrasión o incluso el tipo de corte por chorro de agua. Los afiladores de herramientas actuales por lo general son expertos en herrajería, que trabajan sacando filo a herramientas de jardinería, como las cuchillas de una desbrozadora o un cortacésped; o de agricultura, como las cuchillas de una biotrituradora.  Este tipo de empresas suelan estar ubicadas en zonas con una amplia industria agraria.

Y ¿qué podríamos decir sobre el origen de tan antiguo oficio, hoy en día prácticamente desaparecido? A este respecto, existe una leyenda del siglo XVII, de Nogueira de Ramuin, un municipio de la provincia de Orense. Según la misma, llegó allí, un afilador ambulante, algunos dicen que era austríaco, otros inglés, alemán o italiano, que traía su rueda de afilar deteriorada y buscaba a un carpintero para que la reparara. Por fin el afilador encontró al carpintero en la población de Luintra. Éste era tan buen profesional que arregló los desperfectos de aquella rara herramienta y no sólo eso, sino que tomó medidas y dibujó aquel extraño artefacto para poder hacer una réplica en su taller. De ahí que Orense sea conocida como la “terra de chispas”, debido a los centelleos que salían de la rueda al afilar.

Como suele ocurrir con los oficios antiguos, que pasaban de padres a hijos, el de afilador no iba a ser menos. Considerado un arte por quienes lo practicaban y aún lo practican, afilar cuchillos y tijeras requiere gran destreza y precisión en el manejo del esmeril, aunque los requisitos para trabajar de ello no son muy exigentes. Así que, salvo las ganas de trabajar y disfrutar en un oficio en el que, eso sí, tendrás mucho contacto con la gente, por lo que si te gusta hablar y pasártelo bien con los demás, ni lo debes dudar y seguir  adelante.

Así nos ha quedado noticia documental de la tradición de afiladores ambulantes gallegos al menos desde finales del siglo xvii. No resulta raro, pues, esa larga tradición del oficio de afilador en el mundo rural gallego, que ha dejado su sello cultural principalmente en municipios del norte de la provincia de Orense, como Castro CaldelasEsgosChandreja de QueijaNogueira de Ramuín, ​ Pereiro de AguiarSan Juan del Río y Junquera de Espadañedo. ​ No nos resultará difícil comprender, pues, que  esa mezcla del saber técnico y oficio itinerante de los afiladores gallegos diera origen a un lenguaje gremial propio, «o barallete», un tesoro de la tradición oral orensana.


Monumento al «afiador», en Nogueira de Ramuín (Orense).

Los gallegos, pues, eran los que monopolizaban este oficio, y con su rueda de amolar, afilar, la muela, recorrían toda España ofreciendo sus servicios, y era una estampa costumbrista y amena ver a estos afiladores por caminos y calles de los pueblos anunciando sus habilidades para afilar todas las herramientas que tuvieran corte, mediante los silbidos de su chiflo característico.

También en la fragua del pueblo solía  haber instalada una muela o piedra de afilar, de gran diámetro, movida por el pie mediante un pedal, y con un depósito de agua, en la parte inferior para hacer más efectiva la labor del afilado, que servía, además de para preparar las herramientas del herrero, como cinceles, tajadera, etc., también para que cada vecino se afilara sus herramientas grandes de corte, como por ejemplo las hachas, azuelas, azadas..., y algún que otro cuchillo grande de cocina o de caza. O sea que en realidad el afilador como tal oficio, también se podría asignar a las labores del herrero y maestro de rejas.

En ocasiones los vecinos afilaban sus herramientas, chicas y grandes, sobre piedras planas que ellos mismos se fabricaban, o sobre alguna jamba o dintel de ventana o puerta, o sobre el pretil de un puente que era de piedra arenisca fina, aparente para dejar el corte fino. Tan es así, que en muchas puertas y ventanas se ha podido contemplar el desgaste producido por el roce de las herramientas sobre la piedra al afilarlas.

Relacionadas con el oficio de “afilador” se han divulgado diversas “supersticiones”, es decir, creencias sin ningún fundamento racional, que consisten en atribuir un carácter mágico o sobrenatural a determinados sucesos, o en pensar que determinados hechos proporcionan buena o mala suerte. Así, en algunos pueblos mientras que suena la música del afilador tienen la costumbre de ponerse un trapo negro en la cabeza, pues según las personas mayores, esto da muy buena suerte. En otros lugares, al paso del afilador la gente se sacudía la ropa para echar fuera de sí la mala suerte. Y en otros sitios, se decía que la presencia del afilador trae la lluvia, quizás porque la mayoría de ellos provenían del Norte. Y si nos trasladamos a América, por ejemplo a México, allí el sonido del chiflo del afilador daba una íntima alegría en las amas de casa, pues creían que era anuncio de buenos augurios, por lo que respondían al sonido haciendo cruces o sacudiéndose la bastilla de los vestidos. ¡El afilador viene, y con él, la buena fortuna...!

En algunos lugares, en cambio, se considera todavía de mala suerte escuchar la música del afilador. Muy probablemente sea debido, a la memoria desagradable de la presencia de gitanos en el pueblo. Y es que, en tiempos, los gitanos llegaban y acampaban por las orillas del poblado y paseaban por las calles ofreciendo sus servicios como soldadores, barberos, peluqueros, panaderos, costureras, adivinos, así como afiladores. Nada del otro mundo. Pero es tradición también que muchas veces explotaban la superstición de la gente y al adivinar la suerte por las líneas de la mano o la baraja española, las buenas gentes crédulas fueran despojadas de artículos valiosos o dinero; y así se corrió la mala fama de que tras la partida de los gitanos, desaparecían animales de los corrales y hasta niños. Supersticiones y creencias muy arraigadas por las que nos podemos asomar al alma de los pueblos. 

La figura del afilador ha atraído también, a veces, la atención de nuestros literatos y artistas plásticos. Así, podemos admirar un óleo sobre lienzo, El amolador, de hacia 1640, atribuido a Antonio de Puga, en el Museo del Hermitage, de San Petersburgo. Y nuestro insigne Goya también los pintó  en 1790.  

El afilador. Francisco de Goya. 

Como cita literaria del oficio de afilador, quizás la más comentada es el siguiente fragmento del segundo volumen de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, en La Corte de Carlos IV, novela en la que podemos encontrar este breve apunte sobre los afiladores, en el que el amolador madrileño Pacorro Chinitas, comparte con el protagonista, Gabriel Araceli, algunas reflexiones sobre un acontecimiento histórico concreto como fue el de la Invasión Francesa. Así dice el autor, por boca de su personaje: "Pacorro Chinitas, el amolador, personaje que tenía establecida su portátil industria en la esquina de nuestra calle. Me parece que aún estoy viendo la piedra de afilar que en sus rápidas evoluciones despedía por la tangente, al contacto del acero, una corriente de veloces chispas, semejantes a la cola de un pequeño cometa; y como era mi costumbre no apartar la vista de la máquina mientras hablaba con el Júpiter de aquellos rayos, el fenómeno ha quedado vivamente impreso en mi imaginación. Mira Gabrielillo -dijo incorporándose y apartando de la rueda las tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas-; tú y yo somos unos brutos que no entendemos palotada de cosas mayores. Pero ven acá: yo estoy en que todos esos señores que se alegran porque han entrado los franceses, no saben lo que se pescan, y pronto vas a ver cómo les sale la criada respondona. ¿No piensas tú lo mismo?"

Terminamos con estos dos dichos alusivos al oficio del afilador: 

- El afilar el rabo del gato, es de mentecato.










 

Comentarios

Entradas populares de este blog

5. EL HERRERO - EL HERRADOR

6. EL FAROLERO

4. EL LECHERO